Es como cuando la espuma baja. Por momentos, el cambio es imperceptible, pero de golpe uno descubre que esa capa esponjosa ya no está o que le falta muy poco para desaparecer. Eso no quiere decir que la bebida se haya arruinado. Al contrario. Simplemente significa que se fue lo aparente, lo superficial.
Algo así parece estar ocurriendo en Roma. A medida que pasan los días, la efervescencia que produjeron la elección y las primeras apariciones públicas del papa Francisco se está desinflando. Y da la impresión de que es el momento de poner las cosas en perspectiva. Desde hace una semana se repite que este es el Pontífice que cambiará la Iglesia. Si es así, ¿qué desafíos le esperan?
"Recen por mí". Con esta frase ha sorprendido tanto a interlocutores en audiencias privadas como a fieles de todo el planeta en sus principales apariciones públicas. Quienes lo conocen sostienen que esas palabras revelan las preocupaciones que se esconden detrás de la sonrisa mansa que lo caracteriza. Sabe que el mundo católico y también el no católico espera que actúe, que intervenga, que modifique distintos aspectos de una institución que viene siendo muy golpeada por distintos escándalos y por una deserción de fieles que parece difícil frenar.
Pero lo que no está claro hasta ahora es qué cambios hará. O cuáles debería hacer, si es que realmente son necesarios. Sacerdotes y religiosas de todo el mundo confluyen en El Vaticano. No importa si pertenecen a órdenes conservadoras o de características más modernas, si misionan en la calle con los pobres o si permanecen en sus claustros estudiando. Durante todo el día es posible verlos ir y venir por la plaza de San Pedro, caminar apurados por la vía de la Porta Angélica o entrar y salir de la Santa Sede por la puerta de Santa Ana. Y quiénes mejor que ellos para explicar lo que esperan de Francisco.
Evidentemente, el Papa porteño no sólo inspira esperanza en los laicos, sino también en los consagrados. A tal punto que algunos lo comparan con el beato Juan XXIII, el Papa que abrió el Concilio Vaticano II y que permitió la modernización de la Iglesia. "Este es el Papa de la renovación, el que traerá una nueva primavera. Él abrirá las puertas y permitirá que entren nuevos aires", se despachó la hermana Sonia Chinchilla, de El Salvador.
Pero, a pesar de la simpatía que genera, los religiosos consultados por LA GACETA también son contundentes. Los desafíos que le aguardan son, como mínimo, complejos: lograr que la Iglesia se acerque a los pobres de manera radical y definitiva, profundizar el diálogo interreligioso, poner los ojos en América Latina para detener la migración de católicos a otros cultos y ejercer el obispado de Roma cerca del pueblo, entre otras cosas.
"Lo que debe lograr es que la Iglesia baje al nivel del pueblo. No puede seguir arriba, elevada, difícil de alcanzar. Pero yo tengo esperanza, porque creo que, sobre todo, él va a traer la alegría que estaba haciendo falta", pronosticó el sacerdote misionero alemán Fidelius Burgstteller.
La hermana Vera Lucía Lira Late pertenece a la congregación Hermanas de los Pobres Santa Catalina de Siena y es brasileña. Estas dos características le despiertan inquietudes particulares con respecto al papa Francisco. Por un lado dice estar segura de que su llegada a la Santa Sede profundizará la atención que la Iglesia pone en los pobres. Por el otro, desea que la mirada de la Santa Sede hacia América Latina se intensifique. "Necesitamos más fe. Hay países, como el mío, en el que miles de personas se están pasando a otros cultos", dijo preocupada. Agregó que otra responsabilidad del nuevo Pontífice será continuar con el legado de Benedicto XVI. "Debe avanzar con el diálogo interreligioso y ecuménico que impulsó su predecesor. Porque aunque parecía cerrado, Benedicto fue un instrumento de gran apertura", afirmó la religiosa.
Al padre Marco Capecci no le entra en el hábito marrón tanta felicidad. Este sacerdote no sólo es franciscano, sino que es oriundo de Asís, la localidad natal del santo por el cual Jorge Bergoglio eligió su nuevo nombre. "Es la consecuencia posterior a Benedicto XVI, quien ya lo había anunciado cuando proclamó a Francisco como el santo del cambio. Creo que es ideal para este momento. No hay dudas de que es el Papa del pueblo. Pero no hay que olvidarse de que también es un jefe de Estado y eso le impone limitaciones para acercarse a la gente. Habrá que ver cómo actúa", comentó.
Andrés Tello Cornejo es el capellán del hospital Álvarez, en Buenos Aires, y conoce al Pontífice desde hace muchos años. "De entrada marcó la importancia de ser el obispo de Roma, es decir, el pastor. Como obispo de Buenos Aires fue justamente eso, un pastor. Estoy seguro de que ahora actuará de igual manera", analizó. Como forma parte de la Conferencia Episcopal Argentina, el padre Andrés participó de la audiencia que el Papa mantuvo el miércoles con los sacerdotes argentinos. "Se emocionó mucho cuando nos vio -recordó el cura- y nos pidió que recemos por él. No hay dudas: necesita la oración del pueblo de Dios".